Hablar de revolución agraria es hacerlo de grandes movimientos que han tenido lugar a lo largo de la historia. No existe una sola revolución. Pero todas ellas han tenido en común el aumento de la productividad del campo.
La primera se remonta al neolítico, allá cuando las tribus cazadoras-recolectoras comenzaron a levantar asentamientos permanentes. Una segunda se produjo durante la Edad Media, propiciada por la expansión islámica, que trajo nuevos cultivos, como el arroz, el algodón o la caña de azúcar. Otra coincide en el tiempo con la revolución industrial y supuso empezar la mecanización de los cultivos. Mientras que una última impregnó los campos de fertilizantes, pesticidas y nuevas variedades de semillas.
Pero son ya muchas las voces que hablan de una nueva revolución agrícola. En este caso los protagonistas serían tecnologías como Internet de las cosas, el big data, la robótica o el 5G. El camino se ha empezado a asfaltar. En 2018, las empresas tecnológicas relacionadas con agricultura alcanzaron los 16.900 millones de dólares de inversión. Es un incremento del 43% respecto al pasado año. Bill Gates o Kimbal Musk (hermano del cofundador de Tesla) se cuentan entre los inversores.
El objetivo es incrementar la producción agraria y, como añadido, fomentar el crecimiento de productos más sanos. Para ello hay varias tecnologías implicadas y que van de la mano. El despliegue del 5G permitirá distribuir masivamente sensores (de humedad, de temperatura, infrarrojos) en el campo. La finalidad es obtener más datos sobre el estado de los cultivos y las posibles mejoras a aplicar.
Una vez la información se tenga en una plataforma, se podrá analizar mediante big data. Esto llevará a una toma de decisiones más temprana y más acertada. No solo eso. También se podrán tomar decisiones sobre un área más precisa. Si una determinada zona necesita más fertilizante y otra, no, se ahorrará el producto químico.